Félix Guattari
El problema es saber de qué forma se va a vivir de aquí en
adelante sobre este planeta, en el contexto de la aceleración de las mutaciones
técnico-científicas y del considerable crecimiento demográfico. Las fuerzas
productivas, debido al desarrollo continuo del trabajo maquínico, desmultiplicado
por la revolución informática, van a liberar una cantidad cada vez mayor del
tiempo de actividad humana potencial. Pero ¿con qué fin?
¿El del paro, la marginalidad opresiva, la soledad, la
ociosidad, la angustia, la neurosis, o bien el de la cultura, la creación, la
investigación, la reinvención del entorno, el enriquecimiento de los modos de
vida y de sensibilidad? En el Tercer Mundo, como en el mundo desarrollado,
capas enteras de la subjetividad colectiva se desmoronan o se repliegan sobre
arcaísmos, como ocurre, por ejemplo, con la temible exacerbación de los fenómenos
de integrismo religioso.
La verdadera respuesta a la crisis ecológica sólo podrá
hacerse a escala planetaria y a condición de que se realice una auténtica revolución
política, social y cultural que reoriente los objetivos de la producción de los
bienes materiales e inmateriales. Así pues, esta revolución no sólo deberá
concernir a las relaciones de fuerzas visibles a gran escala, sino también a
los campos moleculares de sensibilidad, de inteligencia y de deseo. Una
finalización del trabajo social regulado de forma unívoca por una economía del
beneficio y por relaciones de poder sólo conduciría, en el presente, a
dramáticos callejones sin salida. Es evidente en lo absurdo de las tutelas
económicas que pesan sobre el Tercer Mundo y que conducen a algunas de sus
regiones a una pauperización absoluta e irreversible. Es igualmente evidente en
países como Francia, donde la proliferación de centrales nucleares hace que una
gran parte de Europa tenga que soportar el riesgo que conllevan posibles
accidentes del tipo Chernobil. Por no hablar del carácter casi delirante del
almacenamiento de miles de cabezas nucleares que, al menor fallo técnico o
humano, podrían conducir de forma mecánica a una exterminación colectiva. En cada uno de estos
ejemplos aparece la misma denuncia de los modos dominantes de valoración de las
colectividades humanas, a saber:
1) el del imperio de un mercado mundial que lamina los
sistemas particulares de valor, que sitúa en un mismo plano de equivalencia:
los bienes materiales, los bienes culturales, los espacios naturales, etc.;
2) el que sitúa el conjunto de las relaciones sociales y
de las relaciones internacionales bajo el dominio de las máquinas policiales y
militares. En esta doble pinza, los Estados ven cómo su papel tradicional de mediación
se reduce cada vez más, y a menudo se ponen al servicio conjugado de las
instancias del mercado mundial y de los complejos militaroindustriales.
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