lunes, 17 de septiembre de 2012

El arte de viajar


El arte de viajar


ALAIN DE BOTTON
 
 2.
Si nuestra vida se halla dominada por la persecución de la felicidad, quizás pocas actividades revelan tanto como los viajes acerca de la dinámica de esta búsqueda, en todo su ardor y con todas sus paradojas. Expresan, aunque sea de manera poco articulada, una cierta comprensión de la esencia de la vida, al margen de las constricciones del trabajo y de la lucha por la supervivencia. Sin embargo, rara vez se estima que planteen problemas filosóficos, es decir, asuntos que requieran un pensamiento allende los límites de lo práctico. Nos vemos inundados por consejos sobre adónde viajar, pero poco es lo que oímos acerca de  por qué y cómo ir. Y ello a pesar de que el arte de viajar parece acarrear, por su propia naturaleza, numerosas cuestiones que no resultan ser ni tan sencillas ni tan triviales, y cuyo estudio puede significar una modesta contribución a la comprensión de lo que los filósofos griegos designaban con el hermoso vocablo eudaimonia o florecimiento humano
  

ALAIN DE BOTTON


Oliver Sacks



Oliver Sacks
No basta con aprehender algo, con «captar» algo, fugazmente. La mente debe ser capaz de
acomodarlo, de retenerlo. 
Este proceso de acomodación, de creación de un espacio mental, de una categoría con conexiones potenciales -y la voluntad de hacerlo-, me parece crucial para determinar si una idea o un descubrimiento arraigará y dará fruto, o si, por el contrario, será olvidada, se desvanecerá y morirá sin dejar rastro. La primera dificultad, la primera barrera, se encuentra en nuestra propia mente, en el hecho de permitirnos a nosotros mismos salir al paso de las nuevas ideas para transformarlas en conciencia plena y estable, y en darles forma conceptual reteniéndolas en nuestra mente aun cuando no encajen con los conceptos, las creencias o las categorías existentes, o incluso las contravengan.
Oliver Sacks


Félix Guattari


Félix Guattari
El problema es saber de qué forma se va a vivir de aquí en adelante sobre este planeta, en el contexto de la aceleración de las mutaciones técnico-científicas y del considerable crecimiento demográfico. Las fuerzas productivas, debido al desarrollo continuo del trabajo maquínico, desmultiplicado por la revolución informática, van a liberar una cantidad cada vez mayor del tiempo de actividad humana potencial. Pero ¿con qué fin?
¿El del paro, la marginalidad opresiva, la soledad, la ociosidad, la angustia, la neurosis, o bien el de la cultura, la creación, la investigación, la reinvención del entorno, el enriquecimiento de los modos de vida y de sensibilidad? En el Tercer Mundo, como en el mundo desarrollado, capas enteras de la subjetividad colectiva se desmoronan o se repliegan sobre arcaísmos, como ocurre, por ejemplo, con la temible exacerbación de los fenómenos de integrismo religioso.

La verdadera respuesta a la crisis ecológica sólo podrá hacerse a escala planetaria y a condición de que se realice una auténtica revolución política, social y cultural que reoriente los objetivos de la producción de los bienes materiales e inmateriales. Así pues, esta revolución no sólo deberá concernir a las relaciones de fuerzas visibles a gran escala, sino también a los campos moleculares de sensibilidad, de inteligencia y de deseo. Una finalización del trabajo social regulado de forma unívoca por una economía del beneficio y por relaciones de poder sólo conduciría, en el presente, a dramáticos callejones sin salida. Es evidente en lo absurdo de las tutelas económicas que pesan sobre el Tercer Mundo y que conducen a algunas de sus regiones a una pauperización absoluta e irreversible. Es igualmente evidente en países como Francia, donde la proliferación de centrales nucleares hace que una gran parte de Europa tenga que soportar el riesgo que conllevan posibles accidentes del tipo Chernobil. Por no hablar del carácter casi delirante del almacenamiento de miles de cabezas nucleares que, al menor fallo técnico o humano, podrían conducir de forma mecánica a una  exterminación colectiva. En cada uno de estos ejemplos aparece la misma denuncia de los modos dominantes de valoración de las colectividades humanas, a saber:
1) el del imperio de un mercado mundial que lamina los sistemas particulares de valor, que sitúa en un mismo plano de equivalencia: los bienes materiales, los bienes culturales, los espacios naturales, etc.;
2) el que sitúa el conjunto de las relaciones sociales y de las relaciones internacionales bajo el dominio de las máquinas policiales y militares. En esta doble pinza, los Estados ven cómo su papel tradicional de mediación se reduce cada vez más, y a menudo se ponen al servicio conjugado de las instancias del mercado mundial y de los complejos militaroindustriales.
 
Félix Guattari

Caos



Ilya Prigogine
-Hay dos aspectos en mi investigación. Uno es el microscópico, el fenomenológico, la descripción de reacciones químicas no lineales, el caos. Luego, naturalmente, esas mismas ecuaciones no lineales se pueden aplicar en cierta medida a la economía, a la sociología, a la dinámica de la población, claro que con cierto cuidado, porque después de todo la toma de decisiones que resulte de cada interpretación es muy distinta en cada caso. En la sociedad humana, ella se basa en la memoria del pasado y también en las diversas utopías que puedan existir para el futuro. Esto es muy distinto de las moléculas, pero aun así no hay linealidades sino efectos cooperativos, y esto es algo que se nota claramente en nuestro mundo, debido a las comunicaciones, a las redes. Estos efectos no lineales son muy importantes y se pueden observar bien en los mercados de valores, en la economía. Pero mi interés principal está en saber cuál es la estructura básica que permite la existencia de estas estructuras en el mundo macroscópico. Esto es en lo que he estado trabajando, es realmente lo que más me interesa. Debemos cambiar, ampliar la física newtoniana, la física cuántica la relatividad, para incluir en ellas las fluctuaciones, la posibilidad de que a nivel macroscópico aparezcan opciones, y que no siga habiendo determinismo. Lo que he demostrado a nivel microscópico es que uno de los mecanismos básicos que hay en este nivel es una especie de mecanismo difusivo, que quiebra el determinismo a escala microscópica.  Ilya Prigogine

Paroles en l air


El Gato y la Luna


viernes, 14 de septiembre de 2012

Notas sobre lo que busco


Notas sobre lo que busco
  
Georges Perec
1

Notas sobre lo que busco
Cuando trato de definir lo que intento hacer desde que comencé a escribir, la primera idea que me acude a la mente es que jamás escribí dos libros semejantes, jamás tuve deseos de repetir en un libro una fórmula, un sistema o una manera elaborada en un libro anterior.
Esta versatilidad sistemática ha desorientado con frecuencia a ciertos críticos, preocupados por hallar de un libro a otro la "huella" del escritor; y sin duda también ha desconcertado a algunos de mis lectores. Ella me granjeó la reputacion de ser una especie de computador, una máquina de producir textos. Por mi parte, yo preferiría compararme con un campesino que cultiva diversos campos; en uno sembraría remolachas, en otro alfalfa, en un tercero maíz, etcétera. Asimismo, los libros que escribí se asocian con cuatro campos diferentes, cuatro modos de interrogación que quizá formulan, a fin de cuentas, la misma pregunta, pero la formulan según perspectivas particulares que en cada ocasión representan para mí otro tipo de labor literaria.
La primera de estas interrogaciones se puede calificar como sociológica cómo observar lo cotidiano; ella dio origen a textos como Les Choses, Especes d'espaces, Tentative de description de quelques lieux parisiens, y al trabajo realizado con el equipo de Cause commune alrededor de Jean Duvignaud y Paul Virilio; la segunda es de orden autobiográfico: W ou le souvenir d'enfance, La boutique obscure, Je me souviens, Lieux ou j'ai dormi, etcétera; la tercera, lúdica, remite a mi gusto por los constreñimientos, las proezas, las "gamas", por todos los trabajos para los cuales las investigaciones del OuLiPo me dieron la idea y los medios: palíndromos, lipogramas, pangramas, anagramas, isogramas, acrósticos, palabras cruzadas, etcétera; la cuarta, por último,
concierne a lo novelesco, al gusto por las historias y las peripecias, al deseo de escribir libros que se devoren de bruces en la cama; La vie mode d'emploi es el ejemplo típico de ello.
Esta división es algo arbitraria y podría ser mucho mas matizada: casi ninguno de mis libros escapa del todo a cierta marca autobiográfica (por ejemplo, suelo insertar alusiones a acontecimientos cotidianos en el capítulo que estoy escribiendo); casi ninguno, por otra parte, deja de recurrir a tal o cual constreñimiento o estructura "oulipiana", al menos a título simbólico, y sin que dicha estructura o constreñimiento me constriña en algo.
De hecho, creo que más allá de los cuatro polos que definen los cuatro horizontes de mi labor -el mundo circundante, mi propia historia, el lenguaje, la ficción-, mi ambición de escritor consistiría en recorrer toda la literatura de mis tiempos sin tener jamás la sensación de desandar camino o volver sobre mis propios pasos, y en escribir todo lo que puede escribir un hombre de hoy: libros gruesos y libros breves, novelas y poemas, dramas, libretos de ópera, novelas policiales, novelas de aventuras, novelas de ciencia ficción, folletines, libros para niños...
Nunca me resultó cómodo hablar de mi trabajo de manera abstracta y teórica; aunque lo que produzco parezca originarse en un programa elaborado tiempo atrás, en un proyecto de larga data, creo que mi movimiento se encuentra -y se demuestra- andando: de la sucesión de mis libros nace para mí la sensacion, a veces confortante, a veces perturbadora (pues siempre depende de un "libro que vendrá", de una inconclusión que designa lo indecible hacia lo cual tiende desesperadamente el deseo de escribir), de que recorren un camino, señalizan un espacio, jalonan un itinerario vacilante, describen paso a paso las etapas de una búsqueda cuyo "porqué" no sé explicar, pues sólo conozco el "cómo": tengo la confusa sensación de que los libros que escribí se inscriben, cobran sentido en una imagen global que me hago de la literatura, pero me parece que jamás podré asir esta imagen con precisión, de que ella es para mí un más allá de la escritura, un "por qué escribo" al cual sólo puedo responder escribiendo, postergando sin cesar el instante mismo en que, al dejar de escribir, esta imagen se volvería visible, como un rompecabezas inexorablemente resuelto.


Experimentos con la verdad


Experimentos con la verdad


Paul Auster
 
13

Un número equivocado inspiró mi primera novela. Una tarde estaba solo en mi apartamento de Brooklyn, intentando trabajar en mi escritorio, cuando sonó el teléfono. Si no me engaño, era la primavera de 1980, no muchos días después de que encontrara la moneda de diez centavos frente al Shea Stadium.
Descolgué, y al otro lado de la línea un hombre me preguntó si hablaba con la Agencia de Detectives Pinkerton. Le dije que no, que se había equivocado de número, y colgué. Luego volví a mi trabajo y me olvidé de la llamada.
El teléfono volvió a sonar la tarde siguiente. Resultó que era el mismo individuo y me hacía la misma pregunta que el día anterior: «¿Agencia Pinkerton?» Volví a decirle que no, volví a colgar. Pero esta vez me quedé pensando qué hubiera sucedido si le hubiera respondido que sí. ¿Y si me hubiera hecho pasar por un detective de la Agencia Pinkerton?, me preguntaba. ¿Qué habría sucedido si me hubiera encargado del caso?
A decir verdad, sentí que había desperdiciado una oportunidad única. Si ese individuo volviera a llamar, me dije, por lo menos hablaría un poco con él e intentaría averiguar qué quería. Esperé a que el teléfono sonara otra vez, pero la tercera llamada nunca se produjo.
Después de aquello, empecé a darle vueltas a la cabeza, y poco a poco se me abrió un mundo lleno de posibilidades. Cuando me senté a escribir La ciudad de cristal un año después, el número equivocado se había transformado en el suceso crucial del libro, el error que pone en marcha toda la historia. Un hombre llamado Quinn recibe una llamada telefónica de alguien que quiere hablar con Paul Auster, detective privado. Tal y como yo hice, Quinn responde que se han equivocado de numero. A la noche siguiente, pasa exactamente lo mismo: Quinn cuelga otra vez. Pero, al contrario que yo, Quinn tiene otra oportunidad. Cuando el teléfono suena la tercera noche, Quinn le sigue el juego al que llama, y se hace cargo de la investigación. Sí, dice, yo soy Paul Auster: entonces comienza la locura.
Quería, sobre todo, permanecer fiel a mi primer impulso. Si no me ceñía estrictamente a la verdad de los hechos, escribir ese libro carecía de sentido. Así que debía implicarme en el desarrollo de la historia (o implicar a alguien que se me pareciera, que se llamara como yo), y escribir sobre detectives que no eran detectives, sobre suplantación de personalidad, sobre misterios irresolubles. Para bien o para mal, sentí que no tenía elección.
Muy bien. Terminé el libro hace diez años, y desde entonces me he dedicado a otros proyectos, otras ideas, otros libros. Pero, hace menos de dos meses, descubrí que los libros no se terminan nunca, que es posible que las historias continúen escribiéndose a sí mismas sin autor.
Estaba solo en mi apartamento de Brooklyn aquella tarde, intentando trabajar ante mi escritorio, cuando el teléfono sonó. Era un apartamento distinto del que tenía en 1980: otro apartamento con otro número de teléfono. Descolgué el auricular y, al otro lado de la línea, un hombre me preguntó si podía hablar con el señor Quinn. Tenía acento español y no reconocí su voz. Por un momento pensé que era un amigo que quería tomarme el pelo. «¿El señor Quinn?», dije. «¿Es una broma o qué?» No, no era una broma. Aquel hombre llamaba completamente en serio. Quería hablar con el señor Quinn, y me rogaba que le pasara el teléfono. Le pedí, para estar seguro, que me deletreara el nombre. Tenía un acento muy fuerte, y yo esperaba que quisiera hablar con el señor Queen. Pero no tuve tanta suerte: «Q-U-I-N-N», respondió el hombre. Me asusté y, durante unos segundos, no pude articular palabra. «Lo siento», dije por fin, «aquí no vive ningún señor Quinn. Se ha equivocado de número.» El hombre se disculpó por haberme molestado y colgamos.
Esto ha sucedido de verdad. Como todo lo que he escrito en este cuaderno rojo, es una historia verdadera.

El sentimiento de lo Fantástico

El sentimiento de lo Fantástico


Julio Cortázar
Yo he sido siempre y primordialmente considerado como un prosista. La poesía es un poco mi juego secreto, la guardo casi enteramente para mí y me conmueve que esta noche dos personas diferentes hayan aludido a lo que yo he podido hacer en el campo de la poesía. (...) he pensado que me gustaría hablarles concretamente de literatura, de una forma de literatura: El cuento fantástico


Yo he escrito una cantidad probablemente excesiva de cuentos, de los cuales la inmensa mayoría son cuentos de tipo fantástico. El problema, como siempre, está en saber qué es lo fantástico. Es inútil ir al diccionario, yo no me molestaría en hacerlo, habrá una definición, que será aparentemente impecable, pero una vez que la hayamos leído los elementos imponderables de lo fantástico, tanto en la literatura como en la realidad, se escaparán de esa definición. 
Ya no sé quién dijo, una vez, hablando de la posible definición de la poesía, que la poesía es eso que se queda afuera, cuando hemos terminado de definir la poesía , creo que esa misma definición podría aplicarse a lo fantástico, de modo que, en vez de buscar una definición preceptiva de lo que es lo fantástico, en la literatura o fuera de ella, yo pienso que es mejor que cada uno de ustedes, como lo hago yo mismo, consulte su propio mundo interior, sus propias vivencias y se plantee personalmente el problema de esas situaciones, de esas irrupciones, de esas llamadas coincidencias en que de golpe, nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad, tiene la impresión de que las leyes, a que obedecemos habitualmente, no se cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su lugar a una excepción. 
Ese sentimiento de lo fantástico como me gusta llamarle, porque creo que es sobre todo un sentimiento e incluso un poco visceral, ese sentimiento me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida, desde muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante.


Ese sentimiento, que creo se refleja en la mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en cualquier momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a mí me sucede todo el tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de prosaico, en la cama, en el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños paréntesis en esa realidad y es por ahí, donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo fantástico. Eso no es ninguna cosa excepcional, para gente dotada de sensibilidad para lo fantástico, ese sentimiento, ese extrañamiento, está ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo, en cualquier momento y consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizado se ve bruscamente sacudido, como conmovido, por una especie de, de viento interior, que los desplaza y que los hace cambiar. 
Un gran poeta francés de comienzos de este siglo, Alfred Jarry, el autor de tantas novelas y poemas muy hermosos, dijo una vez, que lo que a él le interesaba verdaderamente no eran las leyes, sino las excepciones de las leyes; cuando había una excepción, para él había una realidad misteriosa y fantástica que valía la pena explorar, y toda su obra, toda su poesía, todo su trabajo interior, estuvo siempre encaminado a buscar, no las tres cosas legisladas por la lógica aristotélica, sino las excepciones por las cuales podía pasar, podía colarse lo misterioso, lo fantástico, y todo eso no crean ustedes que tiene nada de sobrenatural, de mágico, o de esotérico; insisto en que por el contrario, ese sentimiento es tan natural para algunas personas, en este caso pienso en mí mismo o pienso en Jarry a quien acabo de citar, y pienso en general en todos los poetas; ese sentimiento de estar inmerso en un misterio continuo, del cual el mundo que estamos viviendo en este instante es solamente una parte, ese sentimiento no tiene nada de sobrenatural, ni nada de extraordinario, precisamente cuando se lo acepta como lo he hecho yo, con humildad, con naturalidad, es entonces cuando se lo capta, se lo recibe multiplicadamente cada vez con más fuerza; yo diría, aunque esto pueda escandalizar a espíritus positivos o positivistas, yo diría que disciplinas como la ciencia o como la filosofía están en los umbrales de la explicación de la realidad, pero no han explicado toda la realidad, a medida que se avanza en el campo filosófico o en el científico, los misterios se van multiplicando, en nuestra vida interior es exactamente lo mismo. 
 





Resistiré


Despabílate amor


CINEMA PARADISO


City Lights


Cien Años de Soledad


Capitulo 68 Rayuela.


El Sur También Existe


La noche de los feos

te quiero

te quiero

jueves, 13 de septiembre de 2012

Decálogo del escritor


Decálogo del escritor                                                                                         

        augusto monterroso                                                                 

Augusto Monterroso



        Primero. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

        Segundo. No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.

        Tercero. En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: "En literatura no hay nada escrito".

        Cuarto. Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.

        Quinto. Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

        Sexto. Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

        Séptimo. No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.

        Octavo. Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.

        Noveno. Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.

        Décimo. Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

       *  Undécimo. No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

      *  Duodécimo. Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te señalara con el dedo en el supermercado.

        * El autor da la opción al escritor, de descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez.