sábado, 29 de septiembre de 2012
lunes, 17 de septiembre de 2012
El arte de viajar
El arte de
viajar
ALAIN DE BOTTON
2.
Si nuestra vida se halla dominada por la persecución de la felicidad,
quizás pocas actividades revelan tanto como los viajes acerca de la dinámica de
esta búsqueda, en todo su ardor y con todas sus paradojas. Expresan, aunque sea
de manera poco articulada, una cierta comprensión de la esencia de la vida, al
margen de las constricciones del trabajo y de la lucha por la supervivencia.
Sin embargo, rara vez se estima que planteen problemas filosóficos, es decir,
asuntos que requieran un pensamiento allende los límites de lo práctico. Nos
vemos inundados por consejos sobre adónde viajar, pero poco es lo que oímos
acerca de por qué y cómo ir. Y ello a
pesar de que el arte de viajar parece acarrear, por su propia naturaleza,
numerosas cuestiones que no resultan ser ni tan sencillas ni tan triviales, y
cuyo estudio puede significar una modesta contribución a la comprensión de lo
que los filósofos griegos designaban con el hermoso vocablo eudaimonia o
florecimiento humano
ALAIN DE BOTTON
Oliver Sacks
Oliver Sacks
No basta con aprehender algo, con «captar» algo, fugazmente. La mente debe ser capaz de
acomodarlo, de retenerlo.
Este proceso de acomodación, de creación de un espacio mental, de una categoría con conexiones potenciales -y la voluntad de hacerlo-, me parece crucial para determinar si una idea o un descubrimiento arraigará y dará fruto, o si, por el contrario, será olvidada, se desvanecerá y morirá sin dejar rastro. La primera dificultad, la primera barrera, se encuentra en nuestra propia mente, en el hecho de permitirnos a nosotros mismos salir al paso de las nuevas ideas para transformarlas en conciencia plena y estable, y en darles forma conceptual reteniéndolas en nuestra mente aun cuando no encajen con los conceptos, las creencias o las categorías existentes, o incluso las contravengan.
Oliver Sacks
Félix Guattari
Félix Guattari
El problema es saber de qué forma se va a vivir de aquí en
adelante sobre este planeta, en el contexto de la aceleración de las mutaciones
técnico-científicas y del considerable crecimiento demográfico. Las fuerzas
productivas, debido al desarrollo continuo del trabajo maquínico, desmultiplicado
por la revolución informática, van a liberar una cantidad cada vez mayor del
tiempo de actividad humana potencial. Pero ¿con qué fin?
¿El del paro, la marginalidad opresiva, la soledad, la
ociosidad, la angustia, la neurosis, o bien el de la cultura, la creación, la
investigación, la reinvención del entorno, el enriquecimiento de los modos de
vida y de sensibilidad? En el Tercer Mundo, como en el mundo desarrollado,
capas enteras de la subjetividad colectiva se desmoronan o se repliegan sobre
arcaísmos, como ocurre, por ejemplo, con la temible exacerbación de los fenómenos
de integrismo religioso.
La verdadera respuesta a la crisis ecológica sólo podrá
hacerse a escala planetaria y a condición de que se realice una auténtica revolución
política, social y cultural que reoriente los objetivos de la producción de los
bienes materiales e inmateriales. Así pues, esta revolución no sólo deberá
concernir a las relaciones de fuerzas visibles a gran escala, sino también a
los campos moleculares de sensibilidad, de inteligencia y de deseo. Una
finalización del trabajo social regulado de forma unívoca por una economía del
beneficio y por relaciones de poder sólo conduciría, en el presente, a
dramáticos callejones sin salida. Es evidente en lo absurdo de las tutelas
económicas que pesan sobre el Tercer Mundo y que conducen a algunas de sus
regiones a una pauperización absoluta e irreversible. Es igualmente evidente en
países como Francia, donde la proliferación de centrales nucleares hace que una
gran parte de Europa tenga que soportar el riesgo que conllevan posibles
accidentes del tipo Chernobil. Por no hablar del carácter casi delirante del
almacenamiento de miles de cabezas nucleares que, al menor fallo técnico o
humano, podrían conducir de forma mecánica a una exterminación colectiva. En cada uno de estos
ejemplos aparece la misma denuncia de los modos dominantes de valoración de las
colectividades humanas, a saber:
1) el del imperio de un mercado mundial que lamina los
sistemas particulares de valor, que sitúa en un mismo plano de equivalencia:
los bienes materiales, los bienes culturales, los espacios naturales, etc.;
2) el que sitúa el conjunto de las relaciones sociales y
de las relaciones internacionales bajo el dominio de las máquinas policiales y
militares. En esta doble pinza, los Estados ven cómo su papel tradicional de mediación
se reduce cada vez más, y a menudo se ponen al servicio conjugado de las
instancias del mercado mundial y de los complejos militaroindustriales.
Caos
Ilya Prigogine
-Hay
dos aspectos en mi investigación. Uno es el microscópico, el fenomenológico, la
descripción de reacciones químicas no lineales, el caos. Luego, naturalmente, esas mismas ecuaciones no
lineales se pueden aplicar en cierta medida a la economía, a la sociología, a
la dinámica de la población, claro que con cierto cuidado, porque después de
todo la toma de decisiones que resulte de cada interpretación es muy distinta
en cada caso. En la sociedad humana, ella se basa en la memoria del pasado y
también en las diversas utopías que puedan existir para el futuro. Esto es muy
distinto de las moléculas, pero aun así no hay linealidades sino efectos
cooperativos, y esto es algo que se nota claramente en nuestro mundo, debido a
las comunicaciones, a las redes. Estos efectos no lineales son muy importantes
y se pueden observar bien en los mercados de valores, en la economía. Pero mi
interés principal está en saber cuál es la estructura básica que permite la
existencia de estas estructuras en el mundo macroscópico. Esto es en lo que he
estado trabajando, es realmente lo que más me interesa. Debemos cambiar,
ampliar la física newtoniana, la física cuántica la relatividad, para incluir
en ellas las fluctuaciones, la posibilidad de que a nivel macroscópico
aparezcan opciones, y que no siga habiendo determinismo. Lo que he demostrado a
nivel microscópico es que uno de los mecanismos básicos que hay en este nivel
es una especie de mecanismo difusivo, que quiebra el determinismo a escala
microscópica. Ilya Prigogine
viernes, 14 de septiembre de 2012
Notas sobre lo que busco
Notas sobre lo que busco
Georges Perec
1
Notas sobre lo que busco
Cuando trato de definir lo que intento hacer desde que
comencé a escribir, la primera idea que me acude a la mente es que jamás
escribí dos libros semejantes, jamás tuve deseos de repetir en un libro una
fórmula, un sistema o una manera elaborada en un libro anterior.
Esta versatilidad sistemática ha desorientado con
frecuencia a ciertos críticos, preocupados por hallar de un libro a otro la
"huella" del escritor; y sin duda también ha desconcertado a algunos de
mis lectores. Ella me granjeó la reputacion de ser una especie de computador,
una máquina de producir textos. Por mi parte, yo preferiría compararme con un
campesino que cultiva diversos campos; en uno sembraría remolachas, en otro
alfalfa, en un tercero maíz, etcétera. Asimismo, los libros que escribí se
asocian con cuatro campos diferentes, cuatro modos de interrogación que quizá
formulan, a fin de cuentas, la misma pregunta, pero la formulan según perspectivas
particulares que en cada ocasión representan para mí otro tipo de labor
literaria.
La primera de estas interrogaciones se puede calificar
como sociológica cómo observar lo cotidiano; ella dio origen a textos como Les
Choses, Especes d'espaces, Tentative de description de quelques
lieux parisiens, y al trabajo realizado con el equipo de Cause commune alrededor
de Jean Duvignaud y Paul Virilio; la segunda es de orden autobiográfico: W
ou le souvenir d'enfance, La boutique obscure, Je me souviens,
Lieux ou j'ai dormi, etcétera; la tercera, lúdica, remite a mi gusto por
los constreñimientos, las proezas, las "gamas", por todos los
trabajos para los cuales las investigaciones del OuLiPo me dieron la idea y los
medios: palíndromos, lipogramas, pangramas, anagramas, isogramas, acrósticos,
palabras cruzadas, etcétera; la cuarta, por último,
concierne a lo novelesco, al gusto por las historias y las
peripecias, al deseo de escribir libros que se devoren de bruces en la cama; La
vie mode d'emploi es el ejemplo típico de ello.
Esta división es algo arbitraria y podría ser mucho mas
matizada: casi ninguno de mis libros escapa del todo a cierta marca
autobiográfica (por ejemplo, suelo insertar alusiones a acontecimientos
cotidianos en el capítulo que estoy escribiendo); casi ninguno, por otra parte,
deja de recurrir a tal o cual constreñimiento o estructura
"oulipiana", al menos a título simbólico, y sin que dicha estructura
o constreñimiento me constriña en algo.
De hecho, creo que más allá de los cuatro polos que
definen los cuatro horizontes de mi labor -el mundo circundante, mi propia
historia, el lenguaje, la ficción-, mi ambición de escritor consistiría en
recorrer toda la literatura de mis tiempos sin tener jamás la sensación de
desandar camino o volver sobre mis propios pasos, y en escribir todo lo que
puede escribir un hombre de hoy: libros gruesos y libros breves, novelas y
poemas, dramas, libretos de ópera, novelas policiales, novelas de aventuras,
novelas de ciencia ficción, folletines, libros para niños...
Nunca me resultó cómodo hablar de mi trabajo de manera
abstracta y teórica; aunque lo que produzco parezca originarse en un programa
elaborado tiempo atrás, en un proyecto de larga data, creo que mi movimiento se
encuentra -y se demuestra- andando: de la sucesión de mis libros nace para mí
la sensacion, a veces confortante, a veces perturbadora (pues siempre depende
de un "libro que vendrá", de una inconclusión que designa lo
indecible hacia lo cual tiende desesperadamente el deseo de escribir), de que
recorren un camino, señalizan un espacio, jalonan un itinerario vacilante,
describen paso a paso las etapas de una búsqueda cuyo "porqué" no sé
explicar, pues sólo conozco el "cómo": tengo la confusa sensación de
que los libros que escribí se inscriben, cobran sentido en una imagen global
que me hago de la literatura, pero me parece que jamás podré asir esta imagen
con precisión, de que ella es para mí un más allá de la escritura, un "por
qué escribo" al cual sólo puedo responder escribiendo, postergando sin
cesar el instante mismo en que, al dejar de escribir, esta imagen se volvería visible,
como un rompecabezas inexorablemente resuelto.
Experimentos con la verdad
Experimentos con la
verdad
Paul Auster
13
Un número equivocado inspiró mi
primera novela. Una tarde estaba solo en mi apartamento de Brooklyn, intentando
trabajar en mi escritorio, cuando sonó el teléfono. Si no me engaño, era la
primavera de 1980, no muchos días después de que encontrara la moneda de diez
centavos frente al Shea Stadium.
Descolgué, y al otro lado de la
línea un hombre me preguntó si hablaba con la Agencia de Detectives Pinkerton.
Le dije que no, que se había equivocado de número, y colgué. Luego volví a mi
trabajo y me olvidé de la llamada.
El teléfono volvió a sonar la
tarde siguiente. Resultó que era el mismo individuo y me hacía la misma
pregunta que el día anterior: «¿Agencia Pinkerton?» Volví a decirle que no,
volví a colgar. Pero esta vez me quedé pensando qué hubiera sucedido si le
hubiera respondido que sí. ¿Y si me hubiera hecho pasar por un detective de la
Agencia Pinkerton?, me preguntaba. ¿Qué habría sucedido si me hubiera encargado
del caso?
A decir verdad, sentí que había
desperdiciado una oportunidad única. Si ese individuo volviera a llamar, me
dije, por lo menos hablaría un poco con él e intentaría averiguar qué quería.
Esperé a que el teléfono sonara otra vez, pero la tercera llamada nunca se
produjo.
Después de aquello, empecé a
darle vueltas a la cabeza, y poco a poco se me abrió un mundo lleno de
posibilidades. Cuando me senté a escribir La ciudad de cristal un año
después, el número equivocado se había transformado en el suceso crucial del
libro, el error que pone en marcha toda la historia. Un hombre llamado Quinn
recibe una llamada telefónica de alguien que quiere hablar con Paul Auster,
detective privado. Tal y como yo hice, Quinn responde que se han equivocado de
numero. A la noche siguiente, pasa exactamente lo mismo: Quinn cuelga otra vez.
Pero, al contrario que yo, Quinn tiene otra oportunidad. Cuando el teléfono
suena la tercera noche, Quinn le sigue el juego al que llama, y se hace cargo
de la investigación. Sí, dice, yo soy Paul Auster: entonces comienza la locura.
Quería, sobre todo, permanecer
fiel a mi primer impulso. Si no me ceñía estrictamente a la verdad de los
hechos, escribir ese libro carecía de sentido. Así que debía implicarme en el
desarrollo de la historia (o implicar a alguien que se me pareciera, que se
llamara como yo), y escribir sobre detectives que no eran detectives, sobre
suplantación de personalidad, sobre misterios irresolubles. Para bien o para
mal, sentí que no tenía elección.
Muy bien. Terminé el libro hace
diez años, y desde entonces me he dedicado a otros proyectos, otras ideas,
otros libros. Pero, hace menos de dos meses, descubrí que los libros no se
terminan nunca, que es posible que las historias continúen escribiéndose a sí
mismas sin autor.
Estaba solo en mi apartamento de
Brooklyn aquella tarde, intentando trabajar ante mi escritorio, cuando el
teléfono sonó. Era un apartamento distinto del que tenía en 1980: otro
apartamento con otro número de teléfono. Descolgué el auricular y, al otro lado
de la línea, un hombre me preguntó si podía hablar con el señor Quinn. Tenía
acento español y no reconocí su voz. Por un momento pensé que era un amigo que
quería tomarme el pelo. «¿El señor Quinn?», dije. «¿Es una broma o qué?» No, no
era una broma. Aquel hombre llamaba completamente en serio. Quería hablar con
el señor Quinn, y me rogaba que le pasara el teléfono. Le pedí, para estar
seguro, que me deletreara el nombre. Tenía un acento muy fuerte, y yo esperaba
que quisiera hablar con el señor Queen. Pero no tuve tanta suerte: «Q-U-I-N-N»,
respondió el hombre. Me asusté y, durante unos segundos, no pude articular
palabra. «Lo siento», dije por fin, «aquí no vive ningún señor Quinn. Se ha
equivocado de número.» El hombre se disculpó por haberme molestado y colgamos.
Esto ha sucedido de verdad. Como
todo lo que he escrito en este cuaderno rojo, es una historia verdadera.
El sentimiento de lo Fantástico
El sentimiento de lo Fantástico
Julio Cortázar
Yo he sido siempre y primordialmente considerado como
un prosista. La poesía es un poco mi juego secreto, la guardo casi enteramente
para mí y me conmueve que esta noche dos personas diferentes hayan aludido a lo
que yo he podido hacer en el campo de la poesía. (...) he pensado que me
gustaría hablarles concretamente de literatura, de una forma de literatura: El
cuento fantástico
Yo he escrito una cantidad probablemente excesiva
de cuentos, de los cuales la inmensa mayoría son cuentos de tipo fantástico. El
problema, como siempre, está en saber qué es lo fantástico. Es inútil ir al
diccionario, yo no me molestaría en hacerlo, habrá una definición, que será
aparentemente impecable, pero una vez que la hayamos leído los elementos
imponderables de lo fantástico, tanto en la literatura como en la realidad, se
escaparán de esa definición.
Ya no sé quién dijo, una vez, hablando de la
posible definición de la poesía, que la poesía es eso que se queda afuera,
cuando hemos terminado de definir la poesía , creo que esa misma definición
podría aplicarse a lo fantástico, de modo que, en vez de buscar una definición
preceptiva de lo que es lo fantástico, en la literatura o fuera de ella, yo
pienso que es mejor que cada uno de ustedes, como lo hago yo mismo, consulte su
propio mundo interior, sus propias vivencias y se plantee personalmente el
problema de esas situaciones, de esas irrupciones, de esas llamadas
coincidencias en que de golpe, nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad,
tiene la impresión de que las leyes, a que obedecemos habitualmente, no se
cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su
lugar a una excepción.
Ese sentimiento de lo fantástico como me gusta
llamarle, porque creo que es sobre todo un sentimiento e incluso un poco
visceral, ese sentimiento me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida, desde
muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me negué a aceptar la
realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela mis padres y mis
maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que
entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay
intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento,
que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no
podía explicarse con la inteligencia razonante.
Ese sentimiento, que creo se refleja en la
mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en cualquier
momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a mí me sucede todo el
tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de prosaico, en la cama, en
el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños
paréntesis en esa realidad y es por ahí, donde una sensibilidad preparada a ese
tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras
palabras, lo que podemos llamar lo fantástico. Eso no es ninguna cosa
excepcional, para gente dotada de sensibilidad para lo fantástico, ese
sentimiento, ese extrañamiento, está ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo, en
cualquier momento y consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la
lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra
inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizado
se ve bruscamente sacudido, como conmovido, por una especie de, de viento
interior, que los desplaza y que los hace cambiar.
Un gran poeta francés de comienzos de este siglo,
Alfred Jarry, el autor de tantas novelas y poemas muy hermosos, dijo una vez,
que lo que a él le interesaba verdaderamente no eran las leyes, sino las
excepciones de las leyes; cuando había una excepción, para él había una
realidad misteriosa y fantástica que valía la pena explorar, y toda su obra,
toda su poesía, todo su trabajo interior, estuvo siempre encaminado a buscar,
no las tres cosas legisladas por la lógica aristotélica, sino las excepciones
por las cuales podía pasar, podía colarse lo misterioso, lo fantástico, y todo
eso no crean ustedes que tiene nada de sobrenatural, de mágico, o de esotérico;
insisto en que por el contrario, ese sentimiento es tan natural para algunas
personas, en este caso pienso en mí mismo o pienso en Jarry a quien acabo de
citar, y pienso en general en todos los poetas; ese sentimiento de estar
inmerso en un misterio continuo, del cual el mundo que estamos viviendo en este
instante es solamente una parte, ese sentimiento no tiene nada de sobrenatural,
ni nada de extraordinario, precisamente cuando se lo acepta como lo he hecho
yo, con humildad, con naturalidad, es entonces cuando se lo capta, se lo recibe
multiplicadamente cada vez con más fuerza; yo diría, aunque esto pueda
escandalizar a espíritus positivos o positivistas, yo diría que disciplinas
como la ciencia o como la filosofía están en los umbrales de la explicación de
la realidad, pero no han explicado toda la realidad, a medida que se avanza en
el campo filosófico o en el científico, los misterios se van multiplicando, en
nuestra vida interior es exactamente lo mismo.
jueves, 13 de septiembre de 2012
Decálogo del escritor
Decálogo
del escritor
Augusto Monterroso
Primero.
Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.
Segundo.
No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos,
para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás
famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.
Tercero.
En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: "En literatura no hay
nada escrito".
Cuarto.
Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una,
con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con
cincuenta palabras.
Quinto.
Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como
el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con
el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.
Sexto.
Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el
primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos
escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o
ganar tanto como Bloy.
Séptimo.
No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el
Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de
vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.
Octavo.
Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los
poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que
emana de estas dos únicas fuentes.
Noveno.
Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda,
cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que
puede acompañar a un escritor.
Décimo.
Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo
es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente
lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.
*
Undécimo. No olvides los sentimientos de los lectores.
Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues
de otro modo no intentarías meterte en este oficio.
*
Duodécimo. Otra vez el lector. Entre mejor escribas más
lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada
vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca
serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te señalara
con el dedo en el supermercado.
* El autor da la opción al escritor, de
descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez.
miércoles, 12 de septiembre de 2012
martes, 11 de septiembre de 2012
sábado, 8 de septiembre de 2012
viernes, 7 de septiembre de 2012
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